Hoy llegué a Iquique a la hora de almuerzo, y como me sentía un poco mareada después del viaje decidí tomar algo de aire fresco caminando hacia la península de Cavancha, con el objetivo de encontrar un lugar para comer. Sin pensar mucho en mis necesidades gourmet, entré en el restaurante Las Rocas, el cual tenia en su carta comida peruana, mexicana (¿?), chilena, empanadas y una serie de platos típicos con productos del mar. En general cuando veo ese estilo de cartas salgo corriendo despavorida, sin embargo tenía hambre, y debía trabajar, por lo que me resigné al destino cruel y solamente pediría lo más fresco del lugar.
Una vez instalada, nada de la carta me resultaba atractivo, y no era que efectivamente la carta fuera pobre. Sencillamente estaba con un humor de aquellos en los cuales todo te parece gris. El joven mozo con su desconocimiento de la oferta tampoco ayudaba con sus sugerencias, por lo que luego de 3 intentos fallidos de ordenar, aparece frente a mi otro joven al rescate.
El planteó una simple pregunta con voz suave, como quien trata de sacar de su amurramiento a un niño consentido: “dígame, ¿qué tiene ganas de comer?”, a lo que yo respondí:”mmmmm….quiero algo frito, algo con mariscos, pero no sé”. Y de inmediato saltó con una sugerencia que, al final del día, me dejó feliz: Se presentó con una corvina frita, sin batido de huevo sino con una harina que estaba condimentada, un risotto de palta y una salsa de camarones, que pegaba muy bien con todo. La fritura era de buena calidad y estaba crujiente, el risotto estaba en su punto y al menos para mi paladar era novedoso. No se cómo, pero no tenia sabor a palta caliente. Todo fresco. Quedé contenta con mi almuerzo y me sentí bien.
¿Qué es lo que hizo la diferencia? Básicamente la conexión que el logró establecer conmigo y mis necesidades, lo cual le permitió acercarse a lo que me produciría más felicidad al momento de comer. Recordé en ese momento que eso es, inconscientemente lo que pasa mi mente al momento de planear un menú. Imagino cómo es que mis comensales vivirán la experiencia completa, y planeo la combinación de sabores entre las entradas y los fondos (y a veces el postre, ¡área que debo mejorar!). Les pregunto lo que les gusta y trato de trazar una idea de qué es lo que disfrutarán más. Cuando veo que la gente disfruta feliz lo servido, más feliz me siento.
El gran resumen es que si logramos conectarnos con las personas y su background, podemos desarrollar más empatía y de ese modo relacionarnos de una forma mucho más nutritiva , teniendo como consecuencia la generación de felicidad en ambos sentidos. Lo que me lleva a pensar inevitablemente: ¿Como integrar esa predisposición mental en mi trabajo y en la vida en general? ¿Cómo hacer para que en lugar de enojarme con las personas que no comprendo o no me caen bien , encuentre la mejor receta para una relación positiva y buena para ambos, cualquiera sea el tipo de relación? A veces también tengo comensales que no me simpatizan del todo, pero también quiero que ellos coman felices!
Uf! No quedará otra que hacer de la vida un festín, con todos los que te rodean como tus invitados de honor. ¿Cierto?
Una vez instalada, nada de la carta me resultaba atractivo, y no era que efectivamente la carta fuera pobre. Sencillamente estaba con un humor de aquellos en los cuales todo te parece gris. El joven mozo con su desconocimiento de la oferta tampoco ayudaba con sus sugerencias, por lo que luego de 3 intentos fallidos de ordenar, aparece frente a mi otro joven al rescate.
El planteó una simple pregunta con voz suave, como quien trata de sacar de su amurramiento a un niño consentido: “dígame, ¿qué tiene ganas de comer?”, a lo que yo respondí:”mmmmm….quiero algo frito, algo con mariscos, pero no sé”. Y de inmediato saltó con una sugerencia que, al final del día, me dejó feliz: Se presentó con una corvina frita, sin batido de huevo sino con una harina que estaba condimentada, un risotto de palta y una salsa de camarones, que pegaba muy bien con todo. La fritura era de buena calidad y estaba crujiente, el risotto estaba en su punto y al menos para mi paladar era novedoso. No se cómo, pero no tenia sabor a palta caliente. Todo fresco. Quedé contenta con mi almuerzo y me sentí bien.
¿Qué es lo que hizo la diferencia? Básicamente la conexión que el logró establecer conmigo y mis necesidades, lo cual le permitió acercarse a lo que me produciría más felicidad al momento de comer. Recordé en ese momento que eso es, inconscientemente lo que pasa mi mente al momento de planear un menú. Imagino cómo es que mis comensales vivirán la experiencia completa, y planeo la combinación de sabores entre las entradas y los fondos (y a veces el postre, ¡área que debo mejorar!). Les pregunto lo que les gusta y trato de trazar una idea de qué es lo que disfrutarán más. Cuando veo que la gente disfruta feliz lo servido, más feliz me siento.
El gran resumen es que si logramos conectarnos con las personas y su background, podemos desarrollar más empatía y de ese modo relacionarnos de una forma mucho más nutritiva , teniendo como consecuencia la generación de felicidad en ambos sentidos. Lo que me lleva a pensar inevitablemente: ¿Como integrar esa predisposición mental en mi trabajo y en la vida en general? ¿Cómo hacer para que en lugar de enojarme con las personas que no comprendo o no me caen bien , encuentre la mejor receta para una relación positiva y buena para ambos, cualquiera sea el tipo de relación? A veces también tengo comensales que no me simpatizan del todo, pero también quiero que ellos coman felices!
Uf! No quedará otra que hacer de la vida un festín, con todos los que te rodean como tus invitados de honor. ¿Cierto?